Charles Darwin, Galileo Galilei, Gustave Flaubert, Patricia Highsmith, George Orwell, y Woody Allen entre otros, coinciden en una reflexión sobre “el asunto de las prohibiciones -ahora ‘cancelaciones’-”. Las redes sociales, Olimpo desde donde se pretende juzgar el bien y el mal, no cesan en la adjetivación de situaciones y opiniones; mientras, el mundo parece girar en una madeja difícil de desenredar entre la desvalorización y distopía. Porque en pleno siglo 21 nadie quiere ser tildado de racista, xenófobo, machista, homófobo, ni anti esto o anti lo otro.
La discusión tuitera acerca del programa Radio Rochela, emitido por Radio Caracas Televisión (RCTV) desde 1961 a 2007 -y hasta 2010 por cable-, lejos de ser banal, requiere una reflexión bastante amplia que excede estas líneas, y a la vez apunta un vértice que me interesa retomar, y que quizá recuerden los lectores de mi anterior entrega (“Cultura de la cancelación o cancelación de la cultura”), acerca de lo políticamente correcto, que ahora se conoce como cultura woke; en sí misma un objeto de estudio por la amplitud e importancia social que ha ido adquiriendo, quizás como sustituto de la pérdida de interés por la política tradicional en el mundo, ya que permite tomar partido y participar en acaloradas discusiones por temas muy variados. En fin, woke o no, el caso es que el uso de los productos culturales se viene haciendo tortuoso porque fácilmente cualquier tema puede considerarse ofensivo, prejuicioso, estereotípico, y finalmente moralmente inaceptable.
Mucho tiempo atrás estábamos acostumbrados a pensar que la prohibición de libros era un asunto de oscurantismo, y se citaba el Índice de Libros Prohibidos de la Iglesia católica como ejemplo emblemático del atraso intelectual por motivos religiosos. También las prohibiciones políticas han sido un tema frecuente, algunos ejemplos son la quema de miles de libros “contrarios al espíritu alemán” que se produjo en una plaza de Berlín el 10 de mayo de 1933; la desaparición de obras contrarias a la ideología (desaparición de los libros y objetos de arte, y a veces también de sus autores) en la URSS y en Cuba; o repudiadas por la moral convenida. Vale la pena citar algunos ejemplos de novelas con problemas: Madame Bovary de Gustave Flaubert le causó un juicio al autor y a sus editores emitido por el Tribunal Correccional de París en 1857, por considerar la novela como ofensiva a la moral pública y a la religión. No quiero pensar que hubiera sido del género novelístico sin ella. En el mismo orden de ideas el franquismo prohibió La regenta de Leopoldo Alas durante algunos años, pero no solo el moralismo ha sido cuestión de dictaduras; he aquí que El amante de lady Chatterley (1928) de D.H. Lawrence, si bien no fue prohibida, se retrasó su publicación en Inglaterra hasta 1960; y la moral de los años cincuenta en Estados Unidos obligó a Patricia Highsmith a publicar la novela El precio de la sal (1952) bajo seudónimo ya que los editores se negaban a hacerlo con su nombre real para no escandalizar a sus lectores; no solo era una novela de temática lésbica sino con final feliz, es decir, sin castigo para las protagonistas. Vendió un millón de ejemplares. En 1989 fue publicada con el nombre de la autora y con el título Carol.
“Podríamos seguir el listado de las publicaciones confiscadas, prohibidas o impedidas en una cantidad que peligrosamente se puede acercar a la de los libros aceptados y permitidos”
Podríamos seguir el listado de las publicaciones confiscadas, prohibidas o impedidas en una cantidad que peligrosamente se puede acercar a la de los libros aceptados y permitidos. Y no solo las novelas. El origen de las especies (1859) de Charles Darwin tiene muchos enemigos entre los cristianos creacionistas, tantos como quizá tuvo Galileo Galilei cuando, al precio de su vida, se empeñó en decir que la tierra giraba alrededor del sol; y quién sabe lo que le hubiese esperado a Cristoforo Colombo si se encuentra con un grupo de terraplanistas. En cualquier caso, el asunto de las prohibiciones -ahora “cancelaciones”- pica y se extiende. Me limito aquí a citar un artículo firmado por Beatriz Echazarreta tomado del diario español ABC (30/04/2022) en el que anota que el número de libros prohibidos o retirados en las bibliotecas públicas y escolares de Estados Unidos en 2021 fue de 729, triplicando la cantidad de 2020. En compensación la Biblioteca Pública de Nueva York (NYPL) garantiza el acceso online gratuito de cuatro títulos a mayores de 13 años que quieran leer algunos de las publicaciones que ya no están disponibles en otras bibliotecas.
El caso es que las temáticas prohibidas por su potencial peligro para las mentes juveniles va en aumento e incluyen los libros de temática LGBT; los que de alguna manera tocan el problema racial y podrían contener acusaciones a Estados Unidos de ser un país con racismo endémico; los que contienen ideas consideradas comunistas; los firmados por personajes cancelados o cancelables, como Woody Allen; los que plantean situaciones de crueldad, y las distopías empezando por los clásicos Aldous Huxley y George Orwell hasta Margaret Atwood que está en peligro por varias de sus novelas, The Handmaid’s tale, entre otras. Pensé que no quedaba nada para la sorpresa hasta que encontré la noticia de que en una escuela del estado Tennessee se prohibió el acceso de los estudiantes a la novela gráfica Maus de Art Spiegelman, ganadora del Premio Pulitzer en 1992, por considerar que contiene un lenguaje impropio (8 palabras y una imagen de una mujer desnuda). Maus es un relato muy popular, que llevó la información acerca del holocausto a sectores mucho más amplios que los libros, en el que los nazis se representan como gatos y los judíos como ratones (de allí el título, Maus), y es la obra de un gran dibujante, basada en la vida de su padre, un sobreviviente. Las ventas se multiplicaron con la noticia de la cancelación, el mundo mediático es paradójico.
En fin, podría seguirse con el listado, cada día más amplio, y objetarse que la mayor parte de los ejemplos consignados ocurren en Estados Unidos, país conocido por sus ideas puritanas y también por la derecha republicana en la que crece el cinturón bíblico (Bible Belt) del cristianismo evangélico. Sin embargo, el fenómeno parece extenderse y no estamos exentos en otras latitudes. El problema es complejo porque casi nadie quiere ser tildado de racista, xenófobo, machista, homófobo, ni anti esto o anti lo otro, pero no me queda claro cuál es el camino para salir del enredo. Un mundo en el que cualquiera puede ser desvalorizado por casi cualquier cosa es inaceptable, pero un mundo en el que toda expresión deba ser transparente y sin mácula puede convertirse en una nueva distopía. Y las distopías comienzan a ser canceladas.