Este mes de diciembre se cumplieron 23 años de la elección presidencial cuyo resultado dio al traste con el régimen de democracia representativa consagrado en la Constitución de 1961. A partir de allí es historia conocida: destrucción política, territorial, económica, social, institucional, asistencial, educativa, cultural, demográfica, alimentaria, sanitaria y lo que se quiera agregar; pocos temas se salvan si es que se salva alguno. La pregunta que me hago es qué ha pasado con nosotros, con los ciudadanos: Cómo hemos actuado y reaccionado ante la pérdida que se ha acumulado en este tiempo. Cuál ha sido nuestro comportamiento político ante circunstancias derivadas de hechos políticos. No me refiero a los estudios de opinión, los análisis politológicos, y las reflexiones sociológicas; todo ello, por descontado, de suma importancia para la comprensión de Venezuela.
Estoy pensando en algo más cercano a la experiencia, en aquello que puede resumirse en las frases, “lo que hemos vivido, lo que nos ha pasado”, en esa inmediata empatía que de alguna manera sentimos, aunque nuestras opiniones sean distintas. Esa experiencia que no importa dónde se encuentren dos venezolanos, es común y conocida, y no requiere explicación. Esa vivencia que nos une más allá de la hallaca y el pan de jamón. Y he aquí que lo que encuentro es el maltrato que los ciudadanos hemos experimentado de parte de la clase política; es decir, de quienes han ejercido el poder y de quienes han luchado por obtenerlo. Conviene matizar porque el tema es espinoso.
No estoy igualando a los dos bloques enfrentados a lo largo de este tiempo, ni participo de una posición “ni-ni”, como tampoco del “venga de donde venga”; es decir, no tengo ninguna duda en cuanto a que la experiencia de daño se desprende muy claramente del bloque que durante más de dos décadas ha monopolizado el poder sin miramientos constitucionales, y sin que le tiemble la mano por la violación de derechos humanos. El grado de maltrato que hemos experimentado es muy variable y no se pueden igualar las circunstancias porque las condiciones de vida son cada vez más diferentes según el estrato social (ahora tenemos burbujas en vez de clases). De modo que me estoy refiriendo al maltrato simbólico, que no por ser intangible es menos importante.
Gran parte del éxodo de la clase media se vio impulsado por un discurso de odio contra quienes tenían algunos bienes de fortuna, educación, idiomas. O por el desprecio a las adquisiciones culturales (lo que ocurre con el Museo de Arte Contemporáneo y otras instituciones museísticas, comenzó en enero de 2001 con el despido intolerante de sus directivos), siempre consideradas como enemigas del pueblo, y así ha sido con casi todo lo que supusiera educación.
El discurso de odio contra todo lo que no fuera “pueblo” (en la definición de pueblo de ese discurso), inserto en una retórica antioccidental y antimoderna, con ribetes xenófobos y racistas, nos acompañó desde 1999 hasta 2013. A partir de allí el discurso de odio pareciera haber disminuido para dar paso a un más intenso daño selectivo dirigido a aquellos ciudadanos que luchan abiertamente por el restablecimiento de la democracia, y que, dados los casos de desapariciones forzadas, torturas y asesinatos ha colocado la situación bajo la lupa de la Corte Penal Internacional. Sin embargo, hay otro daño que es necesario anotar, y que se dirige fundamentalmente contra los ciudadanos debilitados económicamente, y tanto más cuanto más débiles sean, como es el control del suministro de algunos bienes de alimentación y salud. Salvo aquellos que puedan obtener algunos ingresos en dólares el resto, que es la inmensa mayoría, se ve obligado a depender del Estado para calificar como receptor de alimentos, medicamentos, etc. Y esta situación, hay que subrayarlo muy claramente, no significa que son personas doblegadas, serviles, rendidas o flojas. Significa que son pobres, o si se quiere, ciudadanos empobrecidos por una economía disparatada.
Por su parte, el bloque aspirante al poder, ¿ha sido impoluto, confiable, transparente? No podría dar una respuesta total a esas preguntas, pero lo que sí está claro para cualquiera es que la aspiración, hasta la fecha, no ha pasado de serlo. Esto tampoco tiene nada de raro, en muchos países las dictaduras duraron decenios y los que comenzaron la resistencia no alcanzaron a ver el final. De modo que no me sentiría capaz de acusar a nadie del (hasta ahora) fracaso en el que se han juntado varias generaciones de la clase política. Pero tampoco es que vengo a aplaudirlos. Hay daño simbólico en el tratamiento a los ciudadanos opositores en tanto durante años se han mantenido estrategias, evidentemente fracasadas, sin que alguna vez al menos algún dirigente haya dado una explicación, un argumento, y encima ha sido frecuente que en los fracasos electorales la culpa ha recaído sobre los electores, porque fueron o no fueron a votar, porque no votaron bien, etc. ¿Será que no reconozco la dedicación que muchos políticos han tenido por la causa democrática? Por supuesto que sí la reconozco, lo que estoy considerando es su conducta con esa masa que somos todos.
Para terminar una consideración sobre el discurso de los “influyentes”, o equipos de comunicación, o como quiera llamarse a quienes duplican el mensaje político para los ciudadanos comunes. Nada más hostil que la respuesta programada para quien osara criticar alguna estrategia o decisión. Seguro los lectores la recuerdan: “Y tú, ¿qué propones?” Algo así como que no tengo derecho a opinar sobre el cambio climático si no tengo la solución. Más allá del tono prepotente, ese latiguillo pareciera mostrar el poco interés de los dirigentes por conocer la opinión de los dirigidos. Por suerte su uso ha ido desapareciendo.
El daño más importante creo que ha sido la actitud de ignorar los problemas del ciudadano de a pie (de nuevo, no quiero decir que esa ignorancia sea absoluta), y concentrar toda la acción de liderazgo en la toma del poder. No es extraño que los ciudadanos se cansen de ser convocados a las tomas electorales del poder cuando no parecen tomar nada, o muy poco. Comienza pronto un nuevo año, y es deseable una nueva estrategia opositora. Si los ciudadanos sienten que son escuchados en sus problemas cotidianos, aprenden a resolver lo que se consideran pequeños problemas, y si las condiciones de vida mejoran, también se refuerza la actitud de resistencia y de necesidad de otro tipo de clase política. Es decir, los políticos, candidatos a este o aquel puesto de poder, no pueden seguir proponiéndose con el lema de “no soy chavista, vota por mí, y no me critiques porque peor es nada”. Visto que la resistencia va para rato, es necesario un cambio de propuesta, “vota por mí porque esto es lo que quiero hacer en tu municipio, tu estado, y a lo mejor en tu país”. Lo otro es un eterno todo o nada que por ahora no nos ha llevado muy lejos.