Ana Teresa Torres
23 de septiembre de 2021
D. Horacio Biord Castillo, presidente de la Academia Venezolana de la Lengua
Da. Rosalina García, secretaria de la Junta Directiva de la Academia Venezolana de la Lengua
Distinguidos individuos de numero de la Academia Venezolana de la Lengua
Familiares y amigos de D. Roberto Lovera De Sola
Señoras y Señores
Querido Roberto,
En su discurso el nuevo académico nos ha conducido por el amplio itinerario de sus fuentes y ejemplos, yo quisiera ahora que me acompañaran en el recorrido inverso, es decir, el de las obras que ha producido como fuentes y ejemplos para otros.
Desde el ángulo de las definiciones, en orden alfabético, recibimos hoy a un bibliófilo, bibliógrafo, biógrafo, compilador, comunicador, conferencista, crítico, curador de libros, editor, escritor, historiador de la literatura, investigador y profesor de la cultura venezolana. Reseñar la bibliografía y hemerografía de Lovera De Sola es una tarea que excede mis competencias porque requiere la asistencia de un documentalista. Estamos hablando de más de cincuenta años dedicados activamente al estudio de la cultura venezolana, principalmente literaria, pero también histórica y de otras áreas artísticas como el teatro y la danza. Sería, por cierto, un excelente tema de tesis la recolección de todo ese material, y su clasificación y organización temática y cronológica.
Para dar una panorámica de su trabajo mencionaré que su inicio en la prensa nacional ocurrió en 1964, a la edad de 18 años, en el periódico La Religión, y desde entonces continuó en El Universal, El Diario de Caracas, El Globo, El Mundo, El Carabobeño, El Aragüeño, El Impulso, entre otros medios, así como en varias revistas, pero su presencia más firme fue sin duda en El Nacional, donde publicó la columna Taller Crítico durante 25 años desde 1967 hasta 1992. Cuando la crisis de los medios impresos resultó insostenible, afortunadamente se hizo posible la difusión a través de los medios digitales, con la ventaja de que ya no era necesario adaptarse al espacio limitado de la prensa, y de ese modo sus columnas dejaron de serlo para convertirse en breves, y no tan breves, ensayos sobre las piezas literarias leídas y compartidas con el público. Una cantidad significativa de sus trabajos más recientes solamente ha podido ser difundida por medios digitales.
En cuanto a la temática de su trabajo intelectual podemos distinguir dos terrenos fundamentales. El primero, sin duda el estudio, seguimiento, comprensión y difusión de la literatura venezolana, recogido en los ya mencionados artículos de prensa, y en varios libros tales como Bibliografía de la crítica literaria venezolana 1847-1977 (1982); Con el lápiz en la mano (1990) y El ojo que lee (1992). Paralelamente en múltiples libros y folletos de otros autores se encuentran también valiosísimos materiales de cronología y bibliografía de escritores venezolanos, así como participaciones en obras colectivas.
Dentro de la novelística el autor que es imprescindible destacar en la mirada de Lovera es Francisco Herrera Luque, con quien compartió, además, una íntima amistad. Posteriormente fue permanente colaborador de la Fundación Francisco Herrera Luque en la que desempeñó múltiples y generosas colaboraciones y durante muchos años dictó conferencias y organizó conversaciones y tertulias literarias. En 2018 apareció en edición de autor la publicación digital de su estudio Un formulador de interrogantes llamado Francisco Herrera Luque. Vida, tiempo, estudio histórico y análisis crítico literario, una obra de casi 800 páginas.
El segundo terreno es la historia y cultura venezolana; probablemente los historiadores que más han atraído su atención sean Guillermo Morón y Tomás Polanco Alcántara, a los que ha dedicado varios libros. También las vicisitudes del país, acerca de las cuales destaca su libro El oficio de ser venezolano (1994) en el que recoge cuatro momentos fundamentales de las crisis del siglo XX: los llamados “viernes negro” de 1983 y “caracazo” de 1989, las asonadas militares de 1992 y el último discurso del presidente Carlos Andrés Pérez de 1993. En cuanto a la indagación y la ensayística alrededor de la historia de Venezuela, tema privilegiado ha sido la vida de Simón Bolívar al que dedica al menos cinco títulos importantes, con la particularidad de que el Libertador es visto desde perspectivas un tanto diferentes a las del militar y político, y constituyen una aproximación a su figura como intelectual. Destaco algunas en orden de publicación:
Bolívar y la opinión pública (1984) explora la relación de Bolívar con la prensa, que continuará en una segunda edición, El Libertador con el periódico en las manos, (2010), y se amplía en un estudio en curso, Bolívar, el gran señor de la palabra.
Curazao, escala en el primer destierro del Libertador (1992), tema que hoy nos es muy próximo porque Bolívar era en aquel momento, 1812, un hombre derrotado, exiliado, con sus bienes y pertenencias embargados, que logra salir de la coyuntura gracias al auxilio de los judíos sefarditas provenientes de Holanda y establecidos en las Antillas holandesas. Mordechai Ricardo, ascendiente directo de doña Irma De Sola Ricardo, madre de los Lovera De Sola, y de su hermano don René De Sola Ricardo, numerario de esta academia y cuyo sillón vacante letra U ocupa hoy su sobrino, no solamente recibió generosamente a Bolívar en su casa y le facilitó su amplia biblioteca, sino que junto a otros judíos curazoleños costearon su viaje a Cartagena y ayudaron a financiar la guerra de Independencia. En 1814 Ricardo de nuevo dará hospedaje al exilio venezolano, en este caso a las hermanas María Antonia y Juana Bolívar Palacios, en su huida de Caracas en trance de ser asolada por las tropas de Boves.
Los dos títulos siguientes, La larga casa del afecto. Historia de las relaciones afectivas del Libertador (1994) y Simón Bolívar en el tiempo de crecer (2016) son estudios que remiten al mundo interior del personaje, y a la particular atención del investigador a su proceso de formación desde la infancia a la juventud.
Podría seguir mucho tiempo citando la prolífica obra del nuevo académico, pero creo más conveniente pasar a comentar su discurso, que resume un trabajo de amplio espectro, “El ascenso del proceso creador. Un siglo de literatura venezolana. 1901-2001”, texto de unas 375 páginas. Las obras de este calado son generalmente escasas por distintas razones, aunque no parece cierta la opinión según la cual no contamos con compendios de nuestra literatura. Limitándonos a los que incluyen buena parte de la producción del siglo XX, algunos ejemplos notables son Historia de la literatura venezolana (1952) de Pedro Díaz Seijas; Ochenta años de literatura venezolana (1980) de José Ramón Medina, y Panorama de la literatura venezolana actual (1973) de Juan Liscano. A los que puede agregarse la producción de nuestros académicos Leonardo Azparren Giménez, en varios de sus libros, y Rafael Arráiz Lucca, particularmente en El coro de las voces solitarias (2003), circunscritos a la historización de un género, el teatro y la poesía respectivamente.
Como el mismo Lovera advierte, el trabajo reúne tres puntos de vista: el propio de un historiador de la literatura que encuadra el objeto de estudio en las épocas y movimientos en los que se produce; el del crítico que valora las señas y señales de las obras, acerca de lo cual expresa con humor que no pretende anotar una guía telefónica de escritores, ni registrar autores de un solo libro; y en muchos casos, ocupa el ángulo del testigo que conoce personalmente a los autores y lee sus libros poco tiempo después de su aparición. Por cierto, contaba con 22 años cuando escribió acerca de Los alacranes, novela de Rodolfo Izaguirre en1968.
El título del ensayo, “El ascenso del proceso creador”, nos indica un movimiento en auge, en desarrollo, en progreso, y me parece que esa visión se desprende de que el crítico no mira las obras como elementos puntuales, ni tampoco a sus autores como aislados protagonistas, sino siempre bajo una mirada de conjunto y dentro de una tradición. Los géneros no son, por lo tanto, compartimientos estancos sino creaciones vivas que se despliegan en el tiempo, a lo largo de un proceso que podríamos calificar de viaje o movimiento a través de la literatura en el que atravesamos la poesía, el cuento, la novela, el ensayo, la crítica, el teatro, la prosa autobiográfica y algunas polémicas literarias Los libros no son vistos individualmente sino, como el mismo autor afirma, dentro de su momento histórico, con los instrumentos de los que disponen los escritores en su tiempo y de los medios tales como las instituciones y las editoriales, el entorno cultural que configuran las agrupaciones literarias, los críticos, los concursos, las antologías, y en fin, todos aquellos estímulos y obstáculos que componen cada época literaria, sin descontar, por supuesto, la escena política en la que tiene lugar. Buena parte de la literatura que se produjo en Venezuela entre los años sesenta y principios de los dos mil, pienso ahora al leer la historia de este proceso, tiene una deuda con las instituciones culturales que la democracia constituyó, la Biblioteca Nacional, el Consejo Nacional de la Cultura, los Ateneos, los festivales de teatro, los talleres y eventos literarios del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, las revistas, la Cinemateca Nacional, la red de museos, y por supuesto las editoriales públicas como Monte Ávila Editores, Fundarte, Biblioteca Ayacucho, y la ayuda estatal a las iniciativas editoriales privadas.
Quisiera hablar ahora de la persona a quien he conocido a lo largo de varias décadas de amistad. Lo primero y más sorprendente es que en cualquier breve conversación con Roberto de inmediato asoma el libro que acaba de leer o está por terminar, y que seguramente no hace mucho salió de la imprenta. Es un crítico que quiere leerlo todo, y que quiere hacerlo lo antes posible, y como él dice de sí mismo, es un crítico ecléctico. No pretende establecer una teoría académica acerca de la obra, sino que lee para encontrar lo que su autor ofrece, y apreciarlo y compartirlo no exclusivamente con otros colegas, sino con el público común, al que se dirige con un lenguaje comprensible para el lector educado. Yo agregaría que es un hombre abierto a lo nuevo, que prefiere conocer antes que definir, que no requiere alabar si no tiene un buen motivo, que su opinión es la de quien muestra sus gustos y sus disgustos desde la perspectiva de la libertad, y que puede sostener su criterio aun en contra de los nombres más consagrados. No lee una obra porque sea de un amigo o de un gran nombre, ni deja de leerla porque sea de quien se ha mostrado reticente con él o es alguien poco valorado por la comarca literaria. Lee porque su curiosidad es ilimitada, y los autores forman parte de la literatura venezolana. A veces me ha sorprendido hablándome de escritores de los que jamás había escuchado, y de libros que solo están en su biblioteca. Como seguramente ustedes supondrán su vivienda es una biblioteca habitable, y su mente una suerte de fichero humano. Siempre que he tenido una duda, una laguna, cuya respuesta estoy segura no podré encontrar por mi cuenta, he acudido a ese fichero y nunca me ha fallado.
Su presencia hoy en la Academia es no solo merecidísima sino una gran ganancia para el estudio y promoción de nuestra literatura. Y para mí es un honor y un acto de renovada amistad contestar a su discurso de incorporación. Bienvenido don Roberto José Lovera De Sola a esta casa a la que su espíritu pertenece desde hace tiempo.