III Congreso Venezolano de Psicología. Universidad Católica Andrés Bello, 30/07/2021.
Tanto mi formación como mi práctica, mientras estuve activa en el ejercicio profesional de la psicología, vienen de la clínica psicoanalítica, por lo que inevitablemente esa es la perspectiva desde la cual puedo analizar la pregunta acerca del venezolano de hoy. Los venezolanos somos, en general, personas cordiales, dadas al buen humor y a la celebración, pero nos ha tocado duro en este siglo XXI y probablemente ese ánimo se haya modificado. En estos últimos 20 años hemos transitado por situaciones muy diferentes a las conocidas, hemos experimentado cambios y transformaciones en nuestra rutina, nuestra manera de pensar, de vivir, hemos sufrido penalidades que parecían imposibles en un país como el nuestro, y sobre todo en poco tiempo hemos pasado de ser una imperfecta república democrática a un Estado cuya clasificación dejo a los politólogos, pero que desde luego no es ni republicano ni democrático.
Partiré de una idea central, y es que los cambios experimentados en el país nos conducen siempre al tema del duelo, a partir del cual se desprenden distintas derivaciones. Por cierto, no perdamos de vista que el duelo es la reacción psicológica normal ante la pérdida, y añade Freud, de un ser querido o de una abstracción equivalente (patria, libertad, ideales). Veamos algunas causas del duelo en los venezolanos de hoy.
La diáspora. A la fecha han emigrado del país 6.400.000,00 connacionales. Esta cifra la escuché en estos días del sociólogo Tomas Páez, experto en el tema de la emigración venezolana, a la que ha dedicado una cuidadosa investigación. Estamos hablando de más del 21% de la población anteriormente censada, y esto nos remite de inmediato a una consecuencia psicológica: la pérdida definitiva o distanciamiento a largo plazo de seres queridos o cercanos. Dadas las proporciones del éxodo es difícil suponer que haya venezolanos que no estén de alguna manera vinculados a este duelo.
No todos los migrantes reúnen condiciones similares, podemos incluir desde los jóvenes de clase media con estudios superiores que pudieron salir del país en buenas condiciones para abrirse nuevas perspectivas, hasta los que han perdido la vida intentado atravesar los Andes a pie, o el Caribe en peñero. Pero aun en las mejores condiciones la migración es una pérdida que atraviesa a las personas el resto de sus vidas. A los que se fueron y a los que se quedaron. Además de que no solo los individuos sino la nación, también lo resiente: familias fracturadas, niños y ancianos dejados atrás, pérdida de recursos humanos, viviendas deshabitadas, negocios cerrados, mascotas abandonadas, automóviles desechados.
La emigración masiva era un fenómeno desconocido en un país que, por el contrario, estaba habituado a la inmigración, y que en pocos años tuvo que acostumbrarse a las despedidas de familiares y amigos, y a la relocalización, si se puede decir así, de la propia vida, lo que nunca había sido una aspiración de los venezolanos, siempre deseosos de mejorar, pero dentro de su propia tierra. Esto cambió para siempre. Muchos de los emigrantes han tenido que vérselas con una situación desconocida, la xenofobia. No quiero decir con esto que no tuviéramos actitudes y prejuicios xenofóbicos porque existen en todas las sociedades, pero al producirse una migración de tal magnitud como la nuestra, es comprensible que en algunos países estas hayan aumentado en contra de los venezolanos, que además estaban acostumbrados a una integración bastante fluida de las inmigraciones que habíamos recibido. Defenderse de esta situación es una nueva condición de angustia y dificultad para la que muchos no estaban preparados.
Cambios en la vida laboral. Dentro o fuera del país, la mayoría de los venezolanos deben aceptar cambios en sus proyectos de trabajo. Para algunos han surgido nuevas posibilidades que quizás mejoran su situación anterior, otros han debido “reinventarse”, para bien o para mal, y en ocasiones aceptar un descenso en su nivel profesional. Para los que están en Venezuela, porque las oportunidades se han limitado por la desaparición o merma del mercado de trabajo en el cual se desenvolvían, o por lo irrisorio de los sueldos, como es el caso de los docentes, o por la pérdida de las instituciones públicas o privadas en las que podían insertarse. Y fuera, porque con frecuencia los países de acogida no reconocen las capacidades profesionales y técnicas sin una nivelación o revalidación. De modo que encontramos profesionales universitarios trabajando para el delivery, por poner un ejemplo, y esto, si bien es una actividad tan digna como cualquier otra, es un duelo para quien tenía otras aspiraciones y conocimientos.
Deterioro general de las condiciones de vida. Para unos más y otros menos la vida cotidiana ha sufrido un notable deterioro que, en algunos casos, por desgracia muy frecuentes, lleva a las personas a sobrevivir sin los servicios más básicos, y todo un largo camino de penurias que, por supuesto, afecta a la población según su vulnerabilidad. Sintetizo este listado que es de todos bien conocido porque forma parte de lo que considero como punto de partida de los cambios ocurridos en la psique colectiva. Aquí naturalmente es necesario hacer una precisión, y es que los que tenemos años suficientes para recordar otros momentos históricos, podemos dar cuenta de que siempre existieron precariedades en la vida de muchos, pero también que, al compararlos con la inédita situación actual, la diferencia es abismal. Nos encontramos ahora con un Estado que ha abandonado a sus ciudadanos y los ha dejado a la intemperie, expuestos a todas las penurias de las que deben defenderse con sus propios recursos, incluyendo aquellos que reciben algunas mínimas ayudas a cambio de su fidelidad política.
Pérdida del país aspiracional
Venezuela fue un país de aspiraciones, de “echar palante”, de “salir de abajo”, de deseo de progreso y bienestar, y esto no era solamente una actitud, sino para muchos una realidad. La movilidad social de Venezuela fue la más alta de América Latina, y probablemente una de las mayores del mundo. Esta visión aspiracional, que se marca sobre todo a partir del advenimiento de la democracia en 1958, subsistió durante varias décadas, incluso cuando ya no era el país de las mismas oportunidades, hasta que se convirtió en el país de la desesperación, el país que muchos quieren olvidar.
¿Cuál es la situación psicológica del venezolano hoy?
Como dije al principio, vivimos una situación de duelo general, en la que es necesario incluir el duelo que señala Freud por la patria, la libertad, los ideales, pero el duelo no debe confundirse con depresión o pasividad. El duelo puede tomar ese camino, y dejar al individuo sumido en la tristeza, sin proyectos ni intereses; y también el de la rabia, el odio hacia todo y hacia todos, que termina en una actitud de culpar a los demás de la propia desgracia, y el resentimiento de sentirse estafado por la historia. Son manifestaciones del duelo por las que todos podemos atravesar, pero como decimos los psicoanalistas, hay que hacer el duelo. ¿Qué es eso? Una tarea que se toma su tiempo y que no es fácil ni siempre grata, pero indispensable. Es la tarea de aceptar lo que se ha perdido, aunque sea mucho, pero también lo que se ha ganado, aunque sea poco. La tarea de ver al país como un lugar que nos ha dado sufrimiento, pero también felicidad. La tarea de que, estemos donde estemos, podemos conservar nuestro espíritu de pertenencia y transmitirlo a nuestros descendientes. Si no dejamos que el duelo transcurra, y tratamos de acortarlo negándolo o convirtiéndolo en rabia y resentimiento, sin dejar que se tome el tiempo que necesite su proceso, nos llenaremos de emociones y actitudes negativas que a la larga y a la corta no nos ayudarán.
El duelo que no se hace, o no se quiere hacer, es muy destructivo para el individuo, pero también es un proceso que puede ser muy fértil si se aceptan sus tiempos y sus momentos dolorosos. El venezolano de hoy ha perdido estabilidad y seguridad, confianza en el futuro, y motivos de alegría, pero sin duda ha adquirido versatilidad, inteligencia emocional y capacidad de respuesta ante lo desconocido. Dentro o fuera del país, cualquiera sea la opción que hayamos tomado, está demostrando su capacidad de resistencia, de resiliencia, como decimos hoy, su esfuerzo por invertir su energía y sus recursos en encontrar nuevas formas de emprendimiento, de adaptación a las circunstancias difíciles, su negativa a dejarse vencer por la fatalidad, su posibilidad de construirse distinto porque el país ya es distinto. Ha demostrado, además, su capacidad de solidaridad, que no es nueva, pero que ahora ha adquirido un carácter más organizado, más dirigido a metas puntuales, en el que muchísimas personas donan su trabajo para mejorar la vida de otros. Hemos aprendido también la importancia del activismo ciudadano, antes mínimo, pero ahora fundamental. Lo demuestran los foros de observación y ayuda para distintos problemas: derechos humanos, situaciones jurídicas, humanitarias. Esos proyectos no eran comunes en Venezuela. Es un venezolano distinto el que los ha emprendido.
Esa visión de los ricos y afortunados de América porque nos había bendecido el petróleo, era un prejuicio, a veces un tanto envidioso, que no dejaba ver que detrás del venezolano “feliz” se construía una sociedad decidida a resistir y a luchar por su destino. Esa sociedad no se fabrica de un día para otro, contiene nuevas identidades que se fueron construyendo a lo largo del tiempo. Decía en un tuiter Francisco Monaldi, un notable economista venezolano, experto en materia petrolera, lo siguiente: “Hemos exportado 6 millones de personas, las cuales nos generan casi tanto como el petróleo”. Es decir, que esos venezolanos que salieron han logrado producir no solamente para asegurar su supervivencia sino para ayudar a la familia que quedó en el país. Eso nos habla de dos cosas, una, la capacidad de lucha y de trabajo, que sin duda es más exigente en un medio distinto al conocido, y la otra, la solidaridad con los propios, que se mantiene por encima de la distancia física.
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Otros cambios significativos son los que han ocurrido en el área cultural. Cuando las claves con las que nos habíamos acostumbrado a interpretar la política perdieron vigencia, se produjo un vuelco muy interesante hacia la lectura de textos sociológicos, históricos, políticos, literarios, y de pronto los venezolanos comenzaron a leer “en venezolano”. A interesarse por lo que habían escrito y seguían escribiendo los autores nacionales, en la búsqueda de comprensión de lo que resultaba incomprensible. Aunque las condiciones económicas no ayudan a las librerías ni a las editoriales, este cambio en los gustos de lectura, que sin duda aumentó sus cifras, es una buena señal. Y otro tanto podría decirse de otros productos culturales porque algunas vías de entretenimiento y diversión han terminado por ser privativas de grupos de alto poder económico, y resulta más accesible acudir a una sesión de cine, teatro, música, hoy por hoy la mayoría en presentación digital. Quizás podemos decir que paradójicamente estamos ante un venezolano más abierto, más curioso, e incluso mejor informado, a pesar de la notable disminución de los medios de comunicación.
Al releer todas estas caracterizaciones me asalta la inquietud de que puedan estar delineando una suerte de perfil heroico del venezolano de hoy, y no es eso de ninguna manera mi propósito. Pero sí que pueda situarse la condición de quienes, por la fuerza de las circunstancias, se ven obligados a enfrentar dificultades imprevistas, y preparar estrategias de sobrevivencia para ellos y sus familias, sin otra ayuda que la de sus propios recursos. Y, en mi contacto tanto con venezolanos que viven en el país, como con otros que se han ido, esa lucha no la han evadido, y por el contrario la mantienen diariamente. No concuerdo con la idea de que el venezolano era un personaje acostumbrado a que todo era muy fácil, aunque sin duda el país tuvo décadas de bonanza en las que vivimos en circunstancias más benignas, pero la capacidad de lucha y de resistencia estaba ahí, y los venezolanos de hoy la han puesto en evidencia.
Esto es todo por ahora, quedo atenta a la intervención de mi compañero de mesa y a los comentarios de quienes nos escuchan.