Patrocinado por Instituto Nacional demócrata. Universidad del Rosario. Observatorio de Venezuela. Diálogo ciudadano.
Quinto webinar: Anticuerpos contra la xenofobia. 15 de julio 2021. Gabriel Pastor, moderador. Panelistas. Juan Ricardo Aparicio. Jorge Andrés Gallo. Ana Teresa Torres.
Me gustaría comenzar con una cita:
“No molestarás al extranjero, ni le oprimirás, porque también vosotros fuisteis extranjeros en la tierra de Egipto.”
del Libro de El Éxodo, que forma parte del Pentateuco judío y del Antiguo Testamento cristiano. Prescribe una norma moral que pudiera simplificarse en: no le hagas a otro lo que tú también has sufrido. Es decir, una norma de siglos remotos y prácticamente universal porque, ¿quién es ese pueblo, ese colectivo, ese grupo humano que nunca ha sido extranjero? Probablemente existan algunos casos, aunque sin duda muy pocos, de poblaciones totalmente autóctonas, pero la gran mayoría de los seres humanos provenimos de movimientos migratorios, sean recientes, anteriores o antiquísimos, y consecuentemente de grupos étnicos diversos. La idea de las razas puras también es inconsistente –una noción política con frecuencia utilizada para exterminar a otros, y que las pruebas de ADN han ido desmontando–, así como la noción de religión verdadera, de historia ejemplar, de talento indiscutible, y todo aquello que busca distinguir en forma privilegiadamente única a un colectivo. Todos los grupos humanos son únicos, en tanto son el resultado de una mezcla determinada, aunque cambiante, y al mismo tiempo parecidos por ser producto de diversos entrecruzamientos a lo largo de la historia.
El miedo al otro, al desconocido, es una reacción común de los seres humanos, pero se puede convertir en un miedo social, y de allí pasar al odio, si el otro se construye como enemigo, y eso ocurre mediante un relato que caracteriza al extraño como un peligro actual o potencial. “Te va a quitar el trabajo, tus beneficios, es un delincuente, te va a engañar, lo único que quiere es llevarse tu riqueza, se considera mejor que tú, te desprecia”, y así se van agregando caracterizaciones del “enemigo” hasta que lo único que queda es exterminarlo, o por lo menos expulsarlo.
Cuando el extraño es minoría no produce tanto temor, pero en la medida en que su número crece se transforma en una amenaza. Esto es claramente lo que ocurre en las migraciones, y particularmente si el migrante adquiere las metas por las que ha emigrado, al ser exitoso se vuelve no solo más peligroso sino un factor que eleva el resentimiento y la frustración. Se va creando un escenario de prejuicios mutuos, no solo del receptor hacia el migrante, sino del migrante hacia el receptor.
Cómo puede protegerse al organismo social es un tema central difícil de abordar. Se me ocurren más ideas acerca de las causas del fenómeno que acerca de la protección primaria, los anticuerpos, ya que lo estamos viendo como una patología. Y en cierta forma lo es. Una patología colectiva, que se contagia a través de la palabra del discurso privado y público que construye al otro como enemigo. Cuando el otro, el extranjero, ha sido declarado enemigo, el problema ha avanzado mucho y se ha convertido en epidemia, entonces ya no son suficientes las medidas preventivas. Los anticuerpos deben instalarse antes, cuando el otro es solo alguien distinto, extraño, pero no un enemigo. Si el otro es un enemigo, la enfermedad ha atravesado la barrera de los anticuerpos que son defensas que se pueden introducir en el organismo sano para reforzar el sistema inmunitario, pero al igual que ocurre en las enfermedades somáticas, algunos individuos tienen una defensa inmunitaria más eficaz que otros, de modo que nada está garantizado.
Algunos anticuerpos:
a) Restaurar la confianza de que los nativos no serán postergados para favorecer a los migrantes.
b) Explicar las causas de la migración y vincularlas con las migraciones que en otros momentos se hayan producido desde el país de acogida.
c) Combatir los prejuicios construidos contra los migrantes mediante información confiable.
d) Asegurar que la conducta de los migrantes será evaluada y controlada por las mismas leyes que rigen para todos.
e) Y desde luego la acción educativa y cultural de la que hablaremos más adelante.
Todo esto, obviamente, se asienta en el grado de confianza que los ciudadanos tengan en la palabra y acciones de sus gobiernos. Si esa relación de confianza está amenazada por conductas antidemocráticas del Estado, es muy probable que los anticuerpos tengan un efecto muy débil.
Evidentemente las leyes son un recurso potente en la lucha contra la xenofobia y cualquier otro tipo de discriminación que atente contra los derechos humanos. Que los ciudadanos, nativos y migrantes, conozcan sus derechos es fundamental, y que el Estado aplique las medidas en favor de quienes sufran la discriminación posiblemente es la mejor manera de que así se limiten algunos de los excesos contra los extranjeros. Pero no puede atribuirse a la ley toda la resolución del problema. No olvidemos que la ley no solo representa a la sociedad, la ley es también, y sobre todo, un apéndice y un instrumento del Estado. El caso más tristemente ejemplificante de que las leyes pueden ser un brazo del Estado para eliminar y someter al otro, son las leyes raciales durante el periodo nazi, según las cuales los judíos no eran nacionales de sus países sino extranjeros y enemigos. Otro tanto pudiera decirse de las leyes del apartheid surafricano, y de las leyes segregacionistas de Estados Unidos que persistieron hasta bastante más allá de mediados del siglo XX. Cuando la propia ley, o el desprecio del Estado ante la ley, concurre con la xenofobia, o la causa, es decir, cuando es el Estado el agente de un discurso xenófobo, o al menos lo permite, la única respuesta es el activismo, la acción como iniciativa de los ciudadanos. Aquí me gustaría mencionar dos casos ocurridos en Venezuela.
En septiembre de 2000 comenzaron a aparecer en varias ciudades del país unos panfletos que remedaban el espíritu xenófobo y racista de las leyes de Nuremberg. Aparecía como responsable del texto el Frente Simón Bolívar del soberano pueblo de Venezuela, y estaba dirigido a la Comisión Legislativa Nacional. Acordaba el panfleto juzgar, expropiar y expulsar a los inmigrantes europeos y sus descendientes, aunque fuesen venezolanos por nacimiento. Esta manifestación, absolutamente insólita en un país acostumbrado a la inmigración, estaba en línea con el discurso político anti foráneo de exaltación a lo “endógeno”. En esa ocasión parecía necesario una acción pública y junto con algunos colegas produjimos un comunicado de rechazo, que tuvo muchísimos adherentes, incluso de quienes no pertenecían a los sectores opositores.
En enero de 2009 ocurrieron otras manifestaciones xenófobas que consistieron en la profanación de la sinagoga Tiferet Israel de Caracas. En esta oportunidad, así como en 2006, en rechazo de algunas declaraciones presidenciales de contenido antisemita, se produjeron sendos comunicados de rechazo. Aunque en estos casos los actos xenófobos se detuvieron, no puede suponerse que fuera gracias a la acción ciudadana, pero sí que esta tuvo un efecto social importante, como fue el mostrar públicamente la posición de gran parte de la comunidad intelectual y académica, y de mostrarnos a nosotros mismos que aquello, aunque pareciera increíble, estaba sucediendo en Venezuela, un país del que nos hemos sentido orgullosos de la integración de nuestras inmigraciones.
Otra anécdota menor, aunque interesante sobre el tema. Una amiga, académica de prestigio, estaba en París para llevar a cabo su doctorado en un importante instituto de investigación social. La mayor dificultad que encontraba era alquilar un apartamento conveniente en locación y precio para ella y su hija pequeña. Siempre la respuesta era negativa, aunque tenía los avales financieros para pagar la renta. En una oportunidad una vecina del edificio donde pretendía residir le dijo, no insista, estas personas son racistas y no se lo van a alquilar. A la extranjeridad mi amiga unía la condición de lo que llaman “minoría visible”. Recibió, sin embargo, el consejo de alguien informado. Llame a este número y explique lo que le está ocurriendo. Le aseguro que tendrán que alquilarle la vivienda, le dijeron. Mi amiga pensó que sería convivir en una situación de permanente rechazo y conflicto, y optó por desistir y buscar otras alternativas. Pero lo que quiero resaltar es que la ley podía actuar.
En conclusión, para que la ley sea un fuerte instrumento en la lucha contra la xenofobia es indispensable que esté respaldada por un gobierno genuinamente democrático, que no dude en aplicar las normas establecidas en defensa de los derechos humanos para los extranjeros, legales o no.
Hay un narcisismo, es decir un amor por lo propio, que es natural y común en la psicología colectiva, en pensar, o más bien sentir que lo mío, lo nuestro, es lo mejor, y que no hay nada igual en el mundo. Ese sentimiento es lo que nos permite la pertenencia a nuestra familia, nuestra sociedad, nuestra patria, aunque, como bien dijo Benedict Anderson, la nación es una comunidad imaginada, pero un imaginario necesario para proveernos de identidad, otra palabra complicada. Pero en esa apropiación imaginaria de la nación y de la identidad nacional, se sostiene no solamente el amor por lo propio sino el miedo de lo ajeno. Miedo, porque etimológicamente fobia es miedo, que fácilmente se convierte en odio. Ese que no es como yo, que de algún modo me niega, ese desconocido que puede ser una amenaza, primero para mi narcisismo fundamental, –lo mío es lo mejor–, pero también para mi supervivencia porque ese otro es un animal que no conozco, proviene de una especie extraña, no sé cómo se comporta, ni cómo hacerlo mi amigo. Ese otro, por lo tanto, es mi enemigo.
Las maneras con las que las sociedades reaccionan ante lo nuevo y desconocido son múltiples. El primer nivel es el prejuicio, literalmente el juicio anticipado que no proviene de la experiencia o del conocimiento, sino de la necesidad de llenar el vacío que deja la ignorancia. El prejuicio puede atribuir condiciones positivas o negativas, “ese extranjero es más educado que yo”, o “esos extranjeros no son personas honestas”. Del prejuicio se puede pasar al juicio condenatorio y excluyente, “esa gente es indeseable, no hay que tratar con ellos”, y progresivamente ir cargando la identidad del extranjero migrante con todas las identificaciones negativas posibles, hasta llegar a las prácticas de humillación y mal trato, cuya ejecución depende de las reacciones de la propia sociedad ante los desmanes de algunos sectores. Me pregunto si en estos casos la reacción adversa de los connacionales puede ser hasta más importante que la de los organismos de seguridad.
El problema social es que no hay un grupo humano xenófobo y otro que no lo es. La manipulación política es fundamental en todo esto. Al poder a veces le interesa integrar, atraer, y otras desintegrar, oponer. Por ejemplo, en Venezuela, durante las décadas de los cuarenta y cincuenta del siglo pasado, se necesitaba población calificada, y se abrieron las oportunidades a la emigración europea que, por su parte, aumentaba a consecuencia de la posguerra. El discurso favorable fue uno de los factores que facilitó la integración y no solo social. Las uniones entre descendientes de inmigrantes y nativos fueron muy numerosas. Es frecuente escuchar en Venezuela que alguien diga: “soy hijo/a de inmigrantes y padre o madre de emigrantes”. En cambio, a principios del XXI se optó por desintegrar y oponer a los venezolanos no adscritos al régimen, particularmente a las clases medias, calificándolos de enemigos de la patria y de antivenezolanos, lo que ha producido a la fecha, junto con otras razones desde luego, la deserción de cerca de seis millones de personas, cifra que rebasa ampliamente el éxodo de clase media de los primeros años.
Con frecuencia, como todos sabemos y hemos de alguna manera experimentado, las políticas populistas que han ido en auge en este siglo pueden ser muy hábiles en la utilización del tema migratorio. A veces para condenar a los migrantes y hacerle saber al votante que cuenta con ese partido para reducirlos o expulsarlos. Y otras, al contrario, para fortalecer las ideas grandiosas de “patrias grandes”, de vinculaciones y desvinculaciones ideológicas, etc., entre distintos países. Es decir, convertir la migración en un issue de la política nacional que muchas veces deja de lado el sufrimiento humano que suponen los desplazamientos forzados por las circunstancias.
Esta es la herramienta en la que personalmente tengo más confianza, siempre y cuando se aplique a tiempo y en consonancia con las leyes y el Estado de Derecho. Los factores educativos son múltiples, y requieren actuar tempranamente y en conjunto, es decir, comenzar en la infancia desde los ámbitos en los que los sujetos están más abiertos a recibir nuevas ideas y a compartirlos con sus pares. Desde el maternal, pasando por las escuelas primarias y secundarias, hasta los centros docentes superiores, el tema de los derechos humanos debe ocupar un espacio privilegiado, no solo en la teoría sino en la aplicación práctica que sancione las acciones de bullying por motivos de extranjeridad, y racialidad, frecuentemente asociados, y premie las acciones en las que los alumnos muestran su defensa por estos derechos universales, y conozcan las leyes y procedimientos de su país en la materia.
Una educación que consista no solo en la información sino en la acción según la cual todos los alumnos exponen sus orígenes nacionales y familiares, e instruyen a sus compañeros y maestros en sus costumbres y normas, festejos, ritos, historia. Esa permanente información de las diferencias ayuda a que todos puedan ver que somos distintos, pero a la vez similares. Es decir, una práctica dirigida al propósito de mostrar que no hay grupos humanos únicos, ni mejores o peores, sino distintos, y que la convivencia es posible a pesar de las más definidas diferencias si todos aceptamos lo que debe ser común: la ley. Y que todos podemos sentirnos orgullosos o avergonzados por los actos que cometen nuestros semejantes nacionales. Es decir, que ningún colectivo tiene el monopolio de la virtud o de la transgresión porque todos forman parte de la naturaleza humana. Sé que esto suena bastante idealista, y lo es, pero al mismo tiempo me parece que debemos aspirar a lo mejor para lograr lo posible.
Al mismo tiempo la cultura en sentido amplio tiene mucho que decir. El conocimiento histórico, geográfico, social, religioso, cultural de otros países y nacionalidades nos ayuda a relativizar nuestras costumbres y creencias y nuestras virtudes y defectos, en suma nos ayuda a situarnos dentro de la comunidad universal, lo que en tiempos de globalización y de información a distancia es una tarea bastante posible. Hay múltiples recursos: cineforos, lecturas, documentales, escenificación teatral, et –
He mencionado la escuela, pero no menos importancia tienen otras sedes, como son la familia y los medios de comunicación. Los medios de comunicación, que poseen los mecanismos de amplificación del discurso social, y también de controlarlo e incluso manipularlo, son de extrema importancia. Si ante cualquier acto de la delincuencia ordinaria, del que ninguna sociedad está exenta, los medios comienzan por titular con la nacionalidad y origen del perpetrador, están sembrando la semilla del odio y el miedo. Asunto delicado este, porque alguien podría decir que la libertad de expresión debe ser respetada ante todo, pero también es cierto que en los términos del relato se decide mucho de las conclusiones. Pongo un ejemplo tomado de otra área, la violencia contra la mujer. Si los medios insisten en titular que el femicidio fue cometido por un “marido celoso”, ya prácticamente está lista la sentencia: el pobre hombre es la víctima de una mujer que lo agrede con su infidelidad.
Y en cuanto a la familia, por supuesto que no es posible obligarla a repetir las consignas de integración y ciudadanía, pero sí que es posible establecer puentes de comunicación con el ámbito familiar, como sociedad de base, para mostrar las ventajas de crear convivencias de respeto y los peligros de establecer barreras excluyentes con parte de los habitantes.