25 de noviembre. Esta mañana supe que anoche asesinaron a tiros al secretario general de AD en un acto de campaña en Altagracia de Orituco junto a Lilian Tintori y otros líderes opositores. Estamos acostumbrados a seguir con nuestras pequeñas preocupaciones en medio de las barbaridades, de modo que después de un buen rato navegando en los buscadores de productos de las farmacias decido salir hacia Locatel del Centro Comercial de El Marqués donde telefónicamente me aseguran la existencia del antihipertensivo que tengo indicado. Hay poco tráfico y llego en poco tiempo. Además consigo estacionamiento, aunque para ello espero a que un grupo de mujeres con bolsas despejen el espacio. No les digo nada, ni ellas a mí tampoco. Simplemente mantengo frenado el automóvil mientras ellas lentamente recogen sus bolsas y se van. Son solo unos minutos. Estaban sentadas pegadas de un muro de rejas probablemente porque había sombra, o quizás lo de la sombra es una casualidad.
Llego al establecimiento de Locatel y veo una imagen que ya había presenciado ayer en el Locatel de Los Dos Caminos donde comencé la expedición en busca de las medicinas que necesito. También aquí hay muchas mujeres arremolinadas en la puerta mientras un vigilante las va dejando pasar y las tranquiliza diciéndoles que las recuerda y sabe cuál es el puesto de cada quien en la cola. Paso adelante porque ya sé que es la cola de los pañales desechables. Llego hasta el mostrador de farmacia y tomo mi número, los que buscamos medicinas somos los menos y rápidamente me atienden. Luego viene la cola para pagar, aquí la situación se complica. Son ocho cajeras y todas tienen por delante unas treinta personas. Las preguntas y comentarios generan confusión. ¿Cuál es la cola de los productos regulados? ¿Cuál es la cola de los no regulados? ¿En que cola deben estar los que están comprando ambos tipos de productos? Si hubo un error en la cola seleccionada ¿es necesario volverla a hacer desde el principio? Pienso que no faltaría alguien que dijera, por eso estamos como estamos, porque este pueblo es sumiso y se conforma con todo. Pero yo también hago mi cola sumisa y conforme. Lo contrario sería arrasar con el local y en ese caso alguien diría que este es un pueblo saqueador que no respeta nada. Tengo la impresión de que los que hacemos mansamente la cola no somos tan tontos, necesitamos algo que es importante para nosotros y queremos irnos con eso en la mano. Lo demás queda para los pensadores.
En eso se va la luz unos minutos. La señora que está al lado mío, en la cola de la caja 6, dice “esto ya no me gusta nada”. Así que ya venía no gustándole algo. Yo también siento miedo. En la oscuridad aquella multitud es un peligro. Un peligro indeterminado. Pero la luz vuelve enseguida. Ahora tienen que volver a cargar las máquinas, dice una mujer como si supiera mucho de informática. Finalmente llega mi turno y también experimento la preocupación de haber hecho la cola equivocada, pero me dijeron caja 7 y estoy en la fila 7. Todo debe salir bien y efectivamente me entregan las cajas de Altace, solamente dos, pago y salgo del establecimiento. Me dirijo a la taquilla de pago de estacionamiento y la mujer que la atiende me advierte que no hay luz y que debo subir al nivel de arriba. Subo y veo una cola muy respetable. Como que había otra farmacia arriba y no me acordaba, pero es la cola de la taquilla de estacionamiento que tiene luz y es la única que está operativa. Reconozco a uno de mis vecinos de la cola anterior en Locatel.
Pasan los minutos y recorro visualmente la planta baja del centro que se ha convertido en una gran plaza de barrio. La multitud que había frente a Locatel era solamente la cabeza de la cola, hay cientos de personas, la mayoría mujeres, y la mayoría con niños en los brazos, sentadas, o de pie, que llenan la plaza diseñada alguna vez con un propósito recreativo, las rampas que suben y bajan, los muros de media altura alrededor. No soy buena calculando. ¿Unas quinientas personas? Detrás de mí un joven habla malhumorado por el celular describiendo lo que ocurre. Cuando termina la conversación le pregunto, ¿y si no hay luz cómo abren las barreras para salir del estacionamiento? Para eso sí tienen baterías, me dice. Seguimos hablando sobre los problemas de la luz y luego él comenta con aire entristecido, horas de trabajo perdidas, la gente no puede trabajar porque tiene que pasar el día haciendo cola. Es la guerra económica, añade irónico. ¿Y qué crees que pase el 6?, le pregunto. Nada, tienen acuartelada a la policía para que actúe como los colectivos armados. Leyenda urbana, pienso, pero no puedo dejar de recordar al político asesinado en el mitin de Altagracia de Orituco. Todo seguirá peor, la gente no lo cree, pero seguirá peor, dice el joven. Algún día se arreglara, ¿no?, trato de ser optimista. Es que tiene que arreglarse, me dice con poca convicción. Vuelve la luz pero buscar otra taquilla de pago podría ser peor. Continúo la conversación. ¿Y esas personas son todas para la cola de los pañales? Sí, esas son las colas de pañales, duran todo el día. Tengo la terquedad de dudarlo. Cuando pago mi tiquet de estacionamiento bajo la rampa y me acerco a la cola, elijo a una mujer, joven pero ya obesa, con un pañuelo en la cabeza tratando de taparse del sol, recostada en el muro. ¿Es la cola de los pañales? Sí, pero empieza por allá, y me señala una de las rampas. Le doy las gracias y sigo en busca de mi automóvil.
Arranco y llego a la barrera. Hace tiempo que no venía a este centro comercial y había olvidado que esa barrera en particular no funciona, creo que no funcionó nunca. Trato inútilmente de insertar el tiquet sin lograrlo y empieza el corneteo de los que estoy haciendo esperar. Me bajo y le digo al conductor que me sigue que no puedo insertar el tiquet. Me da unas inútiles instrucciones. La conductora dos automóviles más atrás me grita que la barrera no funciona y me señala por donde debo continuar. Salgo finalmente y encuentro poco trafico hasta mi casa. Estoy contenta. Conseguir treinta pastillas de Altace 2.5 se ha puesto difícil. En la radio escucho a Albani Losada conversar con Ángel Alayón y Willy McKey acerca del evento de Prodavinci al que asistí el martes pasado. Estuvo magnifico. Conclusión de los economistas por unanimidad: no puede haber cambios económicos porque el diseño político no lo permite y ese diseño no se quiere modificar, por lo tanto 2016 será peor que 2015. Es necesario fortalecer el espíritu, dice Asdrúbal Oliveros, estudie, aprenda otro idioma, haga las cosas que le gustan. Sabia recomendación.
www.Prodavinci.com, 29 de noviembre 2015.