10 de julio, 2013. Prodavinci, Revista digital
El escritor argentino, ganador del Premio Rómulo Gallegos 2011 y jurado de la edición 2013, Ricardo Piglia, dice que (le) “da un poco de risa lo que han hecho algunos autores venezolanos al abstenerse de participar en el certamen por su posición política” (en entrevista con texto de Vanessa Davies, Correo del Orinoco, 10 de julio, 2013). Frase seguida, califica a los que tal actúan “como estalinistas, primero le preguntan a una persona lo que piensa y después se deciden a leerla”. (Personalmente no me abstuve en esta edición –no tenía novela para concursar–, pero sí lo hice públicamente, al igual que otros novelistas venezolanos, en ediciones anteriores, y lo volvería a hacer, desde luego, si las circunstancias fuesen las mismas).
En general a los antichavistas, o simplemente no chavistas, nos llaman fascistas, terroristas y lacayos del imperio, así que estalinistas quizá represente un mejoramiento en la categoría de lo indeseable; al menos, una novedad. Que a los opositores al régimen chavista nos insulten desde las mas variadas tribunas, incluyendo las intelectuales y académicas, es tan frecuente y común que casi nadie se da por aludido ni se molesta en replicar. Y yo tampoco lo haría si no fuese por dos razones particulares en este caso: una, el hecho de que en Venezuela Piglia es un novelista leído, admirado y maestro para las nuevas generaciones; y la otra, su particular sentido del humor, la posibilidad de reír cuando piensa en este país en el que la risa se ha puesto tan difícil. Aunque, no crea, don Ricardo, nosotros también sabemos reír, y a mí, por ejemplo, me hace gracia que usted piense que “esos señores (los que llama estalinistas) parecen señoras virtuosas. No sé a que temen”. ¿A qué tememos aquí en Venezuela? A un montón de cosas, a salir a la calle, a que nos graben en nuestras casas, a que nos roben los procesos electorales, a los negocios que hacen con nuestro dinero otros países “hermanos”, a que finalmente no haya medios de comunicación opositores, y hasta no tener electricidad ni agua. Si yo le contara, la cantidad de cosas que dan miedo en esta patria de Bolívar.
Me divierten también las preguntas: “¿Diría que el Gallegos es un premio confiable”?, o esta otra perla: “¿En algún momento se le preguntó a una autora o autor su militancia política”? Hubiésemos, quizás, esperado de la periodista algo más complejo que no fuesen estos subtextos que quieren obviamente decir: por favor, confirme que el premio no se ha echado a perder. Y es tan cómico el asunto que el entrevistado responde lo que de verdad parece un chiste estalinista:
“Le quiero decir dos cosas: el Celarg no tenía ningún miembro en el jurado; es decir, no había ninguna influencia de la institución que organiza el premio en relación al trabajo del jurado, y en ningún momento nos preguntaron nada. Segunda cuestión: nadie nos preguntó nada respecto a qué pensábamos hacer, y lo mismo ha sucedido con el llamado del premio. En ningún momento, señala, el Gobierno Bolivariano tuvo algún tipo de intervención en las deliberaciones. A nadie se la ha ocurrido decir que las novelas tengan que ser de tal manera, o que deben ser premiadas en el concurso”, remarcó”.
En realidad –y esto puede parecerle risible o virtuoso al señor Piglia–, a mí personalmente no me parece que el premio se haya echado a perder. Desde que el gobierno bolivariano lo convoca lo han ganado escritores importantes, unos mejores, otros peores, como es lo usual en cualquier concurso. Y otro tanto diría de los jurados. El problema no es el premio Rómulo Gallegos, ni el Celarg, ni los ministros de Cultura. El problema para los venezolanos antichavistas (más del 48% según cifras oficiales) o simplemente no chavistas, no es un premio literario por significativo y latinoamericano que sea. Y aquí entramos en otro territorio que también es risible. Dice Piglia que algunos escritores venezolanos han trasladado “los conflictos electorales a las complejidades del mundo cultural”. Bueno, los conflictos electorales a veces son muy complejos, pero de todos modos quien piense que esto es un “conflicto electoral” no debe saber mucho de Venezuela, creo yo. O sabe tanto que prefiere decir eso. Aquí lo que hay es un conflicto existencial, un conflicto histórico, entre un gobierno que quiere la hegemonía de la sociedad en todos sus niveles y ámbitos, y una mitad de esa sociedad que no se ha dejado hegemonizar. Y el conflicto nos ha costado tantas pérdidas que resumirlas sería un irrespeto.
Lo que modestamente algunos escritores hemos querido significar al no participar en el Gallegos (sin juzgar a los que sí participan porque eso es cosa de cada quien), no es que somos de derecha, o de izquierda (el chavismo, por cierto, no resume la izquierda, ni el antichavismo la derecha), o de centro, o de lo que sea. Lo que hemos querido decir con nuestra, repito, modesta ausencia no es que no leemos a los “autores de izquierda”, o que nos preocupe que ganen concursos. Lo que hemos querido decir, y seguiremos queriendo decir, es que no participamos en esta farsa que tanto daño le hace, y le hará, al pueblo de Venezuela. Y la farsa no es, desde luego, el premio en cuestión, que es una insignificancia comparada con las situaciones que aquí vivimos. No poner nuestro nombre al servicio de las “instituciones” del gobierno y su promoción internacional es ese pequeño granito de arena que no nos pueden quitar a quienes, de derecha o de izquierda, nunca nos hemos planteado el dilema –Piglia dixit– de leer o no a Borges.