XXXI Congreso Internacional de Literatura Iberoamericana. Caracas, 24-29 de junio. En Revista Cultural del Banco Central de Venezuela. Año I, No. 1: 53-57. 1999.
Homenaje a Pancho
La obra de Francisco Herrera Luque es conocida sobre todo por la escenificación histórica de sus personajes y la recreación de episodios de gran significación en la epopeya nacional. Sin embargo, es muy representativo de su obra el catálogo de personajes secundarios, pertenecientes a diferentes clases sociales y políticas, populares o encumbrados, y de alguna manera típicos o emblemáticos del carácter venezolano, lo que da a sus obras el alcance de frescos sociales que sobrepasan el aspecto puntual del estudio de héroes o antihéroes de la historia oficial. Dentro de esa galería de personajes de ficción que se entrelazan con los personajes históricos, es interesante resaltar el espacio concedido por el novelista a los personajes femeninos, de los que intentaré una aproximación preliminar desde el punto de vista de una novelista que, en este caso, coincide en ser doble colega del escritor.
Por la brevedad indispensable de esta presentación, me limitaré a considerar su primera novela, Boves, el urogallo,[1] que tiene para mí un recuerdo muy especial ya que fui testigo de su escritura. Cuando Herrera Luque la escribió entre 1971 y 1972, su propósito original era elaborar una biopatografía de José Tomás Boves. De hecho, el Apéndice incluye un “Análisis socio-psiquiátrico de la personalidad de José Tomás Boves”, como parte de este propósito de trazar una biografía que fuera, a la vez, explicación, si no justificación, de uno de los anti-héroes más connotados de la historia de Venezuela. Sin embargo, el objetivo inicial fue sufirendo cambios, el género se fue transgrediendo, y terminó siendo una novela histórica o una historia novelada. Como el autor mismo lo explica en una Advertencia introductoria:
En un comienzo me asomé a él con la metódica del sistematizador, pero me encontré de pronto impedido de hablar, por eso puse de lado lo que me enseñaron y dejé que las ideas y las palabras, por ellas mismas, encontraran su forma (9)
Herrera Luque, necesitado de interlocutores en la soledad del oficio del psicoterapeuta, con frecuencia me comunicaba detalles del proceso de escritura, me daba a leer capítulos, y como parte de ese diálogo, me comentaba que para explicar al personaje, la historia no le alcanzaba. Buscaba un límite más amplio, y la ficción le abrió esas paredes que la historia de los hechos puede hacer estrechas. Sea como fuere, Boves se transformó en un personaje de ficción, y no puedo dejar de aludir al entusiasmo que Herrera Luque iba sintiendo en la medida en que la ficción crecía através no sólo del protagonista sino de los personajes secundarios necesarios para la construcción de la trama.
Entre estos personajes creo que los que más entusiasmo le despertaban eran los femeninos. Doñana, Inés Corrales, Eugenia, Juana la Poncha, comenzaron a ser parte de nuestras conversaciones, además de otras mujeres que si bien aparecen y desaparecen con rapidez en el texto, no dejan de ser portadoras de una importancia dramática, como es el caso de la negra Teresa o de María Trinidad Bolívar, personaje histórico que existió con otro nombre.
Esta galería de mujeres, concebida en contrapunto, representa, por una parte, contradicciones sociales, y por otra, contradicciones dentro del perfil psicológico con el que han sido trazadas. Sin embargo, todas ellas, independientemente de su origen social, están sometidas a la misma violencia que impone el estado de guerra, y el sistema patriarcal imperante en la cultura de la época. Es muy clara la intención del autor en demostrar la extrema vulnerabilidad de las mujeres que se encuentran en el estrato inferior de las castas sociales establecidas por el sistema colonial. El ejemplo más claro y duro es el cobarde asesinato de Teresa, una negra esclava que ha intentado huir con otro esclavo, Juan Palacios, y que al ser apresado, deja a ésta en una situación de abandono que la obliga a regresar a la hacienda. Sin embargo, el castigo se impone sin consideración a su embarazo, y la mujer muere a latigazos, extrayéndosele del útero el fruto preciado de un hijo que engrosará el capital humano del propietario. Su muerte es recibida por la esposa del amo, Doñana, con las mismas características que el narrador le otorga para definirla como personaje: con “indiferencia, soberbia y piedad”.
Otro personaje que muere bajo la violencia de la guerra y del dominio masculino, es María Trinidad Bolívar, concubina de un ventero, descrita como “mulata ágil y concitante”, a quien, en su encuentro con José Tomás Boves, “los ojos le centellean de deseo y los labios se entreabren como pomarrosa quemada. No hubo necesidad de más.” Mujer libre que no quiere el matrimonio, ni acepta uniones que la subyuguen, es asesinada por las turbas, que bajo el insulto de ser la querida de Boves, vejan su cadáver. De esta muerte se vengará Boves años después, mandando a empalar a uno de los asesinos:
Así sabrás, gran carajo -le gritó Boves- lo que siente una mujer cuando le brincan cuatro (228)
Otra dupla de caracteres femeninos que, en este caso, resulta esencial para la trama, es la constituida por Doñana y su esclava, que es a la vez aya y amiga de confianza, Juana la Poncha. Se trata de un personaje que resume varias características. Es, por un lado, un ser dominado que no tiene voluntad propia, y que depende de Doñana en forma absoluta, pero es a la vez un miembro de la familia, la única capaz de traspasar la frialdad de Doñana, y que permanece siempre atenta a la vida íntima de la familia y a los secretos que se producen en ella. No sólo los conoce sino que actúa decididamente para impedir aquello que considere fuera del orden establecido, como por ejemplo, vigilar los amores de Eugenia, sobrina de Doñana, con el yerno de ésta. Juana la Poncha asume así una identidad alienada en la cual se coloca a sí misma como miembro de la clase dominante, lo que es tratado por el narrador en forma humorística. Por ejemplo, cuando le cierra la puerta en las narices a las que considera imprudentes visitas por pertenecer a un estrato social inferior a sus amos, las hermanas Bejarano, quienes van a darle el pésame a Doñana por la muerte de su marido:
Al quinto día de visita Juana la Poncha decidió pararles el trote por su cuenta. Con su cara de morrocoy les dijo a las muchachas en el entreportón:
-No recibimos más visitas…
– !Ay! -dijo Virginia en tono incrédulo-, ¿cómo es posible? ¿Cerrar el duelo al quinto día? ¿Y el novenario?
-Nosotros los mantuanos somos así-contestó la negra-. Hacemos lo que nos da la gana.(225)
y habla con los señores de la casa de tú a tú, como, por ejemplo, con el marqués de Casa León, con quien discute asuntos de política.
La contrapartida de Juana la Poncha es Doñana, personaje central de la historia, que asume las características de arquetipo matriarcal, de mujer representante de una estirpe y una clase social, los mantuanos caraqueños, y a la que se le atribuye una posición política que la acerca a la hermana del Libertador. Doñana es la mujer cuya vida es la vida de los otros, y más aún, la vida de la familia, por la que está dispuesta a cualquier sacrificio personal. Después de ocurrida la Emigración a Oriente, en la que ha perdido a muchos miembros queridos -hijas, nietos- y planteada ya la situación de que Boves entra en Caracas, el narrador la coloca en la disyuntiva de recibir o no al asesino de su familia:
Ella no es Ana Clemencia de Blanco y Herrera, un ser libre, que puede hacer con su vida lo le dé la gana, ella es un símbolo del poder de una familia, es el eslabón, un simple eslabón que une el pasado con el futuro. ¿Qué importa la suerte de un eslabón si ha de seguir viva la cadena? Si Boves se le acerca, ella lo acogerá como al triunfador. Estar cerca del poder, y administrarlo, es el destino de la familia. (248)
Sin embargo, tomada la decisión de recibirlo, muere. Esta contradicción de sus sentimientos, de acuerdo con los que, por una parte, es la mujer fuerte de la biblia, y por otra, un ser sensible, constituye probablemente la marca más precisa con la que el personaje está construido. De ello hay varios ejemplos, del que cito el siguiente:
Nada de besos, abrazos ni amapuches -ha dicho Doñana- eso es para gente de orilla. Que no te vean llorar tus negros, porque se te alzan -le ha dicho la anciana a su nieto. Nosotros podemos hacer de todo, menos llorar…
Doñana desaparece tras el portal y se desploma en el sillón de terciopelo rojo donde habla con sus antepasados…Unas ganas incontenibles de llorar la sacuden. Cuando abre los ojos, el retrato de don Feliciano, con aire de reproche, casi le dice:
!Pero Ana Clemencia! !No parecen cosas tuyas! (210-11)
Otra característica importante del personaje, es que a pesar del pensamiento racional y roussoniano, propio de la clase a la que pertenece, comparte con Juana la Poncha una visión mágica del mundo. Así tiene visiones de una mujer con manto que anuncia la muerte, y también habla con sus antepasados, como puede observarse en el anterior fragmento.
Doñana, a pesar de la escondida ternura que en algunos momentos pueda sentir hacia sus seres queridos, tiene como norma fundamental el mantenimiento del honor familiar, y así sacrifica a su sobrina Eugenia. Cuando percibe, a través del espionaje de Juana la Poncha, que entre Eugenia y su yerno Vicente Berroterán puede existir una unión erótica, envía sin piedad a Eugenia a un convento, del que sólo vuelve tres años más tarde, cuando ya el peligro ha desaparecido, pues ha muerto Vicente Berroterán. Doñana es un personaje trazado con rigor, en el que está ausente el concepto de placer o de erotismo concedido por el narrador a otras mujeres de la historia.
Jamás pudo pensar en otro hombre que no fuera él, aunque a decir verdad, ni siquiera pensó en él, ni en nadie como hombre. Doñana era un ser congénitamente casto, de esos que creen que la voluptuosidad es descomposición del cuerpo o enfermedad del alma. Para ella el matrimonio era una alianza entre dos familias destinadas a prevalecer sobre el mundo que los rodea (53)
Eugenia, es por el contrario, un emblema de la seducción y del placer. Ante la sociedad pacata y moralista en la que vive, se desenvuelve como una joven sin prejuicios, sin demasiadas cortapisas, ni interrogantes morales. Casada con un hombre que le ha elegido su tía Doñana, es una esposa complaciente, pero su deseo se dirige hacia hombres prohibidos, como son el mulato Andrés Machado, mayordomo de la hacienda, y luego hacia Simeón, también mayordomo con quien, en plena Emigración a Oriente, tiene una relación
Esa noche Simeón y Eugenia se desquitaron de ocho años de fantasía en una cama copetona de la mejor caoba de la región. (237)
Es un personaje trazado dentro de la libertad sexual, que no pareciera ser demasiado cónsona con el espíritu de la época, de modo que puede muy bien pasar de un amante a otro sin mirar de quién se trate, como es el caso de que, paralelamente a la fugaz relación con Simeón, mantiene también un episodio erótico nada menos que con Simón Bolívar. Hay en ella un desenfado, una irreverencia, que la coloca como un personaje adelantado a su época.
Por último, es significativa Inés Corrales, amante de Boves de quien concibe un hijo. Inés Corrales es también una joven mantuana, en este caso de Calabozo, y el narrador la sitúa como un personaje ambiguo. “Muchacha extraña, que carece de inhibiciones y hace lo que le da la real gana.” Puede ser “compasiva o despiadada”, “con cara de virgen o de bruja enferma.” Dotada de una sexualidad si no perversa, al menos poco convencional: “A Inés, el dolor ajeno y el propio la excitaban” …La guerra la excitaba como todo lo que fuese muerte y destrucción”(185). El contraste entre lo que se suponía el tímido erotismo de una joven de su época y la sexualidad atribuida al personaje, se resalta en el siguiente párrafo:
Un beso casto en la mejilla se dieron los novios el día de la partida. Un beso casto en un violador de doncellas. Un beso casto en una muchacha que soñaba con una nueva Salomé…(186)
Inés Corrales, como Eugenia, como la mulata María Trinidad Bolívar, son mujeres más interesadas en el amor o el sexo que en la institucionalidad del matrimonio que tanto defiende Doñana. Cuando por fin Boves regresa a Calabozo después de sus campañas y está dispuesto a cumplir con su promesa de matrimonio, Inés Corrales lo obliga a que se acueste con ella frente a la tropa, con el propósito de concebir un hijo, para luego despedirse de él con una carta que Boves interpreta como desprecio.
Esta galería de mujeres es, sin duda, una retratística en la que el novelista dibuja con realismo los rasgos de cada una, de acuerdo a las características sociales que le son propias. En cierta forma, representan estereotipos, actrices que desempeñan su papel dentro del estrecho marco que la mujer tenía entonces. En ese sentido, Eugenia vs Doñana representa la anti-heroína, la mujer reivindicada a pesar de transgredir las prohibiciones sexuales de la clase a la que pertenece. Es la única que, a pesar de ello, encuentra un cierto final feliz, mientras que el resto de las mujeres de la historia: Doñana, Inés Corrales, María Trinidad, Teresa, son castigadas por el desenlace de los acontecimientos.
La visión desde la cual están construidos los personajes femeninos corresponde a la marca de género del autor, es decir, una óptica androcéntrica que observa el sufrimiento de la mujer en su sometimiento o rebeldía a los patrones discursivos que la moldean, pero eso mismo concede interés a la exploración de los personajes secundarios en ésta y otras obras de Herrera Luque ya que en conjunto su novelística representa un cuadro histórico visto desde una perspectiva heterodoxa en la cual son siempre los anti-héroes los personajes que encuentran su reivindicación.
[1] Herrera Luque, Francisco (1972) Boves, el urogallo. Editorial Pomaire, Barcelona 1980