Fragmentación Vs. Continuidad: Dicotomía discursiva en El exilio del tiempo de Ana Teresa  Torres, por Carmen Luisa Puerta

CILLHOM-IPMAR-Maracay

El tiempo era como un túnel de longitud y anchura infinitas, un túnel con surcos reflectantes. Cada uno de los surcos era infinito, y había un número infinito de ellos.

Carlos Castaneda. La rueda del tiempo.

El tiempo del más simple relato escapa a la concepción vulgar del tiempo, conocido como una sucesión de instantes sucediéndose sobre una línea abstracta orientada en una dirección única.

Paul Ricoeur. La función narrativa y el tiempo

Es indiscutible que en El exilio del tiempo (1990) de Ana Teresa Torres la atmósfera ficcional está invadida por una suerte de reversibilidad del tiempo que subraya, entre otras cosas, la manera en que el hablante implícito coloca en perspectiva la dualidad ficción-realidad; curiosamente, en un ámbito narrativo altamente fragmentario la dualidad en cuestión es, apenas, perceptible, acaso porque su existencia está enmarcada en el Tiempo que es el que, en definitiva, escenifica el rol protagónico en un discurso engañosamente compacto. El discurso casi ininterrumpido, de períodos muy largos, ofrece cuenta del tempo que al ser el ritmo de la narración (tiempo interior-subjetivo), trae consigo la lentitud del acontecer, pero también de la complejidad del mismo.

La continuidad discursiva, que, paradójicamente, deviene en una fragmentación del tiempo y del espacio se convierte de alguna forma en un dispositivo textual desde el cual cobra vida todo en la novela; es decir, las perspectivas, los tonos, los registros, los comentarios, la Historia y la intriga quedan subordinados al Tiempo que, de acuerdo a lo que se ha planteado, se hace escriptible en el sentido de Roland Barthes. Esto genera, además, una disputa: la de la voz de la narradora que pretende ser única e invasora y la de ese Tiempo que al ser convocado por esa misma voz se convierte en la sustancia que informa el proceso escritural. El discurso transparenta, entonces, dos ángulos de la aludida fragmentación: uno horizontal que perspectiviza el sentimiento nacional junto a la saga familiar, el otro vertical, mucho más complejo, y en el que tiempo y espacio asumen la función de garantes de la totalidad. Es así como surge la dicotomía continuidad/fragmentación. Es imprescindible dejar sentado, sin embargo, que en la obra que nos ocupa el fragmento no se advierte a primera vista, no se trata de una estructuración absolutamente manifiesta en la configuración de las páginas. Obedece, más bien, a una organización en el acontecer interno en una relación directa con una visión del mundo, de Venezuela, de la Historia, de la política, del rol de la mujer en la vida social y familiar, de la reconsideración que se hace del espacio doméstico e incluso del papel que se le adjudica a la literatura en tanto vehicula un proyecto escritural.

El enunciado progresivo contrasta con el acontecer interno y externo de la obra, el discurso ininterrumpido y extenuante tiene la función de multiplicar perspectivas significativas. De allí que sea la reversibilidad del tiempo la que presente crípticamente la escena global de la novela. Es en ese sentido que se ha afirmado que la fragmentación subyace al enunciado y se extiende espacial y temporalmente sobre la literariedad del texto. El fragmento funge en El exilio del tiempo como un elemento metonímico de una macro-estructura cuyo mecanismo semiótico determina la dirección espacio-temporal y el sentido mismo de la lectura. Se podría decir que existe una presentación del tiempo casi lúdica que es la que garantiza que el discurso avance progresivamente, en forma paralela, a la multiplicación de las unidades-fragmentos que expresan, a su vez, un balance histórico crítico y un testimonio de la crónica familiar romántica.

De lo anterior se infiere que, aun cuando, El exilio del tiempo está señalada como la novela que marca el inicio de la producción narrativa de Ana Teresa Torres, resulta incontrovertible que ésta ya viene signada por lo que después será una constante en las obras posteriores. Nos referimos, en este punto, a las diferentes modalidades de fragmentación que son las que, a nuestro juicio, determinan la intensidad del discurso en la novela. No obstante, estamos conscientes que la estudiada no es una técnica narrativa privativa ni del proceso escritural de Ana Teresa Torres ni de una obra en particular. A este respecto señala Wladimir Krysinski (1998)

La fragmentación del discurso novelesco…depende de varias presuposiciones estratégicas que se pueden definir como recorte espacial de materiales y signos de enunciado y de enunciación (Joyce, Döblin, Dos Passos, Roa Bastos), movilidad discontinua enunciativa relacionada con la posición central del narrador y con los desplazamientos de sus puntos de vista (Biely, Arenas)…Por otra parte la fragmentación es regida por las vivencias, la abundancia y la estructuración –recorte de materiales narrativos y discursivos. (p.202)

Ahora bien, en El exilio del tiempo lo novedoso e interesante, en todo caso, tiene que ver con la alternancia en un mismo texto de las diferentes modalidades de fragmentación aludidas por Krysinski y con la forma como la del tiempo y el espacio se adueñan de la atmósfera ficcional. Son esos dos aspectos los que se han querido enfatizar ya que, si bien es cierto, se está en presencia de una fragmentación interna inherente al enunciado (movilidad discontinua enunciativa) en la que se conjugan la nostalgia ancestral, la memoria colectiva y la conciencia histórica, no es menos cierto que también destaca una fragmentación a través de la cual es posible captar el tiempo del exilio (desplazamiento/desarraigo) al que han sido sometidos los personajes, es el espacio europeo aunado a la conciencia de clase y la relación diferencial que eso establece con el tiempo histórico-político-social que como sistema referencial vive su exilio en el ámbito ficcional y alcanza su realización en la memoria que lejos de embalsamar, invierte, subvierte, rectifica el pasado para autentificarlo. El asunto es que en El exilio… eso se hace partiendo de la narración íntima que al nutrirse de la vivencia interior desplaza en un primer momento y luego borra los límites temporales. La interrogante que surge es, entonces, porqué el espacio textual se nos antoja fragmentado.

A pesar que la obra, objeto de este estudio, en oportunidades tiene la estructura de un diario (es la única fragmentación que se manifiesta en la configuración de algunas páginas), es innegable que se nos ha colocado frente a un enunciado que busca escamotear el recorte espacial de materiales y signos narrativos y discursivos, pero que, paradójicamente, legitima la fragmentación como postulado estético. La enunciación sólo se puede aprehender luego de un minucioso análisis de las parcelas-símbolos que se convierten en un dispositivo semiótico-estructural que ordena la percepción cognitiva por lo que resultan significativos los desajustes habituales entre el tiempo de la narración y el de la ficción. Existe una perversión en el tratamiento del tiempo cuyo cometido es elevarlo a la categoría de personaje con rol protagónico. Tal perversión, que se sustenta como destacáramos anteriormente en la narración íntima y en la técnica del relato oral, produce como consecuencia la fragmentación. Se apuesta por la ruptura para consolidar/conceptualizar desde aspectos que pertenecen a la periferia social del discurso, la deconstrucción de concepciones dominantes. Al derribar y/o deconstruir lo que queda, obviamente, es la fragmentación para dar cuenta de la inaprensible totalidad.

El discurso ininterrumpido no es en absoluto gratuito, cumple la función muy concreta de orientar el movimiento del caleidoscopio narrativo. A partir de una serie de imágenes retrospectivas se reconstruye/re-escribe la Historia de Venezuela interactuando en el marco de la dinámica de acontecimientos políticos-sociales ocurridos en Europa. Se rememora indistintamente un pasado, reciente o lejano, acaso para completar un discurso novelesco fundamentado en la supuesta autenticidad histórica. Mientras que la voz de la narradora enmarca la “biografía familiar” en las circunstancias políticas e históricas del pasado, ese mismo pasado hace que la actuación de los personajes se ponga al servicio del devenir contemporáneo que pugna por escapar de la incertidumbre planteada, coyuntura que aprovecha el hablante implícito para transparentar la visión de mundo que quiere profusamente dibujar. Una visión en la que se otorga privilegio al espacio doméstico que aunque formado de “trivialidades” se convierte en el sitio desde donde se accede al sentimiento colectivo puesto que permite re-escenificar, entre otras cosas, la actuación de la mujer en la historia.

De la manera como se ha querido expresar, en El exilio del tiempo el abordaje del tiempo y el espacio constituyen una opción fundamental, aunque no única, para poder dejar constancia del entramado vasto y complejo que compone la literariedad del texto. No cabe, entonces, ninguna duda que el análisis de la situación de cada elemento ficticio, de su particular historia permitiría desentrañar la manifiesta superposición de los hilos narrativos, pero, en rigor, por importante que resulten los otros constructos (personaje, narrador, hablante implícito, narratario, lector, etc.) la comunicación básicamente se da al tomar en consideración el componente histórico, (sistemas referenciales de acuerdo a lo desarrollado por Iser) mediatizado por el presente y el pasado en relación directa con el espacio en el que se mueven los personajes. Esto provoca traslaciones retrospectivas y prospectivas que interrumpen el fluir de la historia cuya pretensión aparente, léase fingida, es dar idea de continuidad. A propósito de esto nos interesa el juicio crítico de Juan Carlos Lertora (1989: p. 307) cuando declara que: “los relatos construidos según un diseño fragmentario constituyen un caso extremo de ruptura de la secuencia lineal de la temporalidad”. Si a eso se une el hecho de que en El exilio del tiempo la instancia del discurso está situada en la interioridad de la narradora, es fácil entender cómo en esta obra es, prácticamente, anulado el significado temporal del tiempo (Hamburger, citado por Lertora: p. 298). Esta afirmación aunque paradojal da cuenta en un mismo instante de la fragmentación que abarca el ámbito narrativo y discursivo en tanto las brechas entre los acontecimientos tratados desaparecen o pasan inadvertidas.

En definitiva, si bien es cierto, que en la estructura de El exilio del tiempo la figura del personaje-narrador es un elemento clave, no es menos cierto que la fragmentación, la memoria y el tiempo son los que marcan el curso de los acontecimientos, no en sus dimensiones planas de parcela, evocación y cronología sino como elementos de múltiples proyecciones que translucen las alteraciones de la linealidad en el plano del acontecer. Se podría decir que tipifican los “procesos” de la novela al tiempo que le dan volumen y textura a la ficción. Esos procesos se conmutan en operaciones que des-cubren multiplicidad de significaciones en la obra que devienen en una sublimación simbólica o en lo que la narradora de El exilio… ha nombrado como “un perpetuo gesto inacabado”.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Krisinski, W. (1998). La novela en sus modernidades. A favor y en contra de Bajtín. Madrid: Iberoamericana.

Lertora, J.C. (1989). “La temporalidad del relato”. En: Renato Prada Oropeza. La narratología hoy. La Habana: Arte y Sociedad.

Ricoeur, P. (1989). “La función narrativa y la experiencia humana del tiempo”. En: Renato Prada Oropeza. La narratología hoy. La Habana: Arte y Sociedad.

Torres, A. T. (1992). El exilio del tiempo. Caracas: Monte Ávila Editores.

Inédito