Nuevo Mundo Israelita. Caracas, 16 de octubre de 2000
El 12 de octubre de 1492 es un día con muchos nombres. Día de la Raza; Día del Descubrimiento de América; Día del Encuentro (o del desencuentro); en Estados Unidos lo llaman más asépticamente, Día de Colón. Me pregunto si su mejor nominación no será Día de la Emigración. Los movimientos migratorios de la humanidad han sido constantes desde el principio de los tiempos pero ese amanecer del 12 de octubre se abrió la ruta de la más gigantesca emigración que conoce la historia y que ha perdurado hasta hoy continuadamente durante cinco siglos. América, de norte a sur, se ha poblado con gente de todo el planeta, y dentro de ella misma produce constantes movimientos migratorios. Contrariamente a la noción de que los seres humanos pertenecen al lugar donde nacieron, millones de personas viven en un lugar distinto al de su origen. Las emigraciones han producido la desterritorialización, las culturas plurilingües y pluriculturales que han modificado las fronteras y los mapas. ¿Hasta dónde llega, efectivamente, América Latina? ¿Hasta el Río Grande o hasta el Spanish Harlem? ¿Cuál es, finalmente, nuestra lengua? Hablamos en italiano, en quechua y en spanglish.
Nadie puede dudar de que las capacidades de iniciativa, inventiva y creación se han desarrollado al ritmo del movimiento humano, del intercambio, la síntesis, la mezcla, el conocimiento de lo ajeno. Y sin embargo, de ese movimiento ha resultado una inconcebible paradoja. La humanidad lucha contra su propia tendencia a migrar y periódicamente desarrolla mecanismos de aversión, y a veces de expulsión, de lo extranjero. La extranjeridad es, además, una noción que se sustenta en ideas relacionadas con lo ancestral imaginario, y así vemos que a lo largo de la historia se producen episodios en los cuales se intenta reivindicar la superioridad mítica de los pueblos como fuente de la identidad al servicio de movimientos políticos.
El sentimiento de superioridad nacionalista o racista se apoya en un imaginario relacionado con los mitos de origen. Una leyenda según la cual un determinado grupo social lleva, materialmente en sus venas, la fuente de su hegemonía. Con esa justificación se operan varias maniobras: dominar, excluir e impedir la convivencia. América, por su construcción como continente de vocación inmigrante, ha mantenido el orgullo de estar exenta de esa enfermedad, y Alemania, por demasiadas razones, históricas y presentes, mantiene el primer lugar. Sin embargo, en los Estados Unidos costó mucho tiempo para que se concedieran los derechos civiles a los afroamericanos, y todos los emigrantes cuyo origen no es europeo enfrentan diariamente formas de discriminación, sutiles o abiertas. En España y Portugal, países de alta emigración, la inmigración ha hecho olvidar cuántos de ellos encontraron en América Latina refugio a su pobreza y a sus dictadores; ese olvido se expresa no sólo en el desprecio a los “sudacas” sino en crímenes, como el de una mujer de la república dominicana cuyo asesinato a manos de unos skinheads conmovió al mundo.
Venezuela, tradicionalmente país abierto a lo extranjero y a la influencia exterior por razones económicas y geográficas, ha sido un país acostumbrado a recibir y no a partir. Hoy tristemente somos testigos de una novedosa tendencia a emigrar por parte de los jóvenes de clase media que buscan mejores oportunidades para su desarrollo, y aunque sea un fenómeno que vemos con dolor, sin duda, queremos que sean bien recibidos donde quiera que vayan. También ha sido una novedad ver que Venezuela ha aparecido en el mapa de los países latinoamericanos con brotes de xenofobia, debido a algunas manifestaciones aisladas y esporádicas como han sido unos panfletos que representan una suerte de parodia del Decreto a Muerte del Libertador, exigiendo la expropiación de bienes de los miembros de las comunidades española, italiana y portuguesa, así como de sus descendientes aun cuando sean venezolanos por nacimiento. Nadie en su sano juicio podría alentar la expulsión de sectores de alta productividad como son los mencionados, de modo que es necesario interpretar esa iniciativa como gestos incoherentes que, vengan de donde vengan, surgen dentro de un clima en el que se exasperan las contradicciones, se exalta el nacionalismo sobre cualquier otro valor, y se mantiene una acusación sobre lo extranjero y globalizado como causa de nuestros problemas.
Frente a la tentación nacionalista tenemos a nuestro favor una tradición que habla de nuestra tolerancia pero la única vacuna es promover el principio de que los seres humanos, aunque seamos distintos, somos capaces de convivir y beneficiarnos de nuestras diferencias. La enseñanza de la historia nos recuerda que ante ese tipo de episodio es necesario reconocerlo, darle su apropiada dimensión, y precisamente disolverlo mediante el firme rechazo. Así lo expresamos un grupo de venezolanos integrantes del medio cultural en días pasados, a través de la prensa.